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domingo, 14 de abril de 2013

Berenice y sus munditos



Lo cierto y lo equivocado son sólo modos diferentes de entender nuestra relación con los demás, no la que tenemos con nosotros mismos.
José Saramago. Ensayo sobre la ceguera.

 
Berenice se dio cuenta muy temprano, de algo fundamental en su vida, tenía sexo con cualquiera que pasara de la línea de la indiferencia o bien le excitara, no era difícil, pues su ninfomanía le negaba cualquier aspiración de combatir aquella autovenganza, y regida bajo un inminente sentido de autodestrucción, autoboicot y desentendimiento, le obligaba a realizar actos inconcebibles para su propio razonamiento, pero de evocaciones y endorsismos* espontáneos muy comunes para mujeres de ese gentilicio, cometía actos que según sus tías “no son de Dios”.

No era prostituta, no entraba en esa definición, lo hacía “deagrapa”, nada de ello era recriminable, bastaba una camisa abierta, una espalda amplia, músculos prominentes, bíceps o tríceps, cualquier “ceps” bien definido, un abdomen de “lavadero”, unas nalgas levantaditas, una verga gloriosa de esas que Dios designa para placeres mundanos, unas pestañas lindas, o una conversación de aparente intelectual, o unos buenos pasos bailando “salsa” (y sólo “salsa” porque según ella define la identidad latinoamericana), o cualquier otra cosa que hiciera de sus hormonas hiperactivas, que desde la pubertad despertaron de su letargo obligado por las “responsabilidades” de género, pero es difícil (por no decir irresponsable) hacer alguna valoración bajo una moral sujeta a la vertiginosa ética del momento.

Lo que si sabía era que cuando un hombre se acercaba a conquistarla, éste, en su incrédulo mundito piensa que va con leche, sin saber que ella ya regresa con queso, intentando conquistarla, sin que por su mente agobiada por la presión de los inquisidores anónimos están atentos al rechazo inmediato al que se verá atado por los discursos aprendidos y en constante evolución, que ha ensayado con constancia en las pláticas con amigos que siempre, a pesar de ser muy cultos a la hora de la hora no piensan con la cabeza.

Nunca los desprecio, jugaba con ellos, y eso les divertía, se hacía la ingenua para tomar ventaja cada vez más, daba los pies para tomar las manos, pero su padecimiento, si así le queremos llamar (para ellos no era así) le obligaba a tener la balanza a un nivel donde toda ventaja aparente se veía mermada.
 
Una cerveza, porque esas enamoran, siempre pedía como inicio. Daba todo menos dos cosas, el corazón y las lágrimas, pero lo primero en dar era el trasero y el desprecio, jugaba a ser la difícil, la indomable, la inocente, la tonta, la inteligente, la desordenada, la desubicada, la ramera, éste último su favorito, el único papel que le hacía cobrar venganzas anticipadas, ella de lo decía a sus amigas “soy una ramera en todo sentido de la palabra, ando de rama en rama como liana, atada a varios árboles, dura, pero si un idiota se sostiene de mí, y peor aún si se cuelga pensándose chimpancé, se va a romper la madre, si enamoras un hombre tienden a soltarse, si los desamparas, se aferran a ti como si fueras lo único que tuvieran a la mano, por no decir en su vida”.

*Endorsismo.- Considerando que un exorcismo es expulsar un espíritu ajeno al ti, el endorsismo es la invitación.

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