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lunes, 22 de abril de 2013

Tamaturga


La naturaleza nos ha creado de tal forma, que sentimos placer sólo por medio del  dolor. Márquez de Sade. Filosofía del tocador.

Siempre se asumió trágico, era una careta que le daba una seguridad elitista. Las mujeres le habían causado tales afrentas, que sólo una opción diferente podía calmar sus desconsuelos. En el Paseo Bravo encontró una joven que no podía dejar de ser él, tales eran sus formas que se veía mejor que otras mujeres. $1,200 mi cielo, le dijo. Él sabía que ese “mi cielo” incluía amor fingido y besos a huevo, pero eso buscaba. Sabía que esa clase de amor tiene un solo compromiso: el de satisfacción del cliente. Por esa razón no negoció nada, si contraía un acuerdo de confidencialidad, no debía regatear. 

Siempre pensó que sólo iban con las putas los que no sabían coger, pero él no sólo no sabía, además estaba solo. A los hijos de la chingada como él, ni su madre los quiere. 

David fue el primero en quitarse el peso de encima que la ropa le causaba, estaba tan caliente que le preocupó incendiarse, cuando ella hizo lo mismo pudo observar que esos pechos parecían naturales. Cuando tomó su apoteósico trasero se apergolló a él con el miembro listo. Se masturbaba mientras contemplaba ese cuerpo moldeado por manos, se sintió estúpido por pagar $1,200 para que vieran como se masturbaba. Ella, conociendo su trabajo, se dispuso a meterse esa verga de eyaculación expedita, David le pidió que se detuviera, sujetándolo de la cadera le suplicó por su espalda, y mientras recitaba lisuras indescifrables, le ensalivaba las nalgas. 


Comenzó rodeando con la lengua, como cuando, puerilmente, se fascinaba al hacer burbujas con los chicles. El vigor con el que batía la lengua a duelo con los más discordantes prejuicios era nuevo, único, como aquella excitación que le provocó saber del placer de su última mujer al acostarse con otro, ese que llegó a su cama y ella no rechazó. 

Después de besar esa localidad divina, se decidió a hacer una cosa más en intimidad, lamer ese tremendo pene. Listo para el festín. Hizo lo que siempre deseo para él, con tanto placer no debió haber dinero de por medio, sin verlo venir se dio cuenta que dejó de fruncir el culo, dándole nuevas ideas, y todo esto sin haber tocado la cama. 

Penétrame, con la voz atávica de una orden. Sí, papi tú no te preocupes, acuéstate, acuéstate, contestó. Él obedeció con una erección fantástica. Ahora de ladito corazón, le dijo mientras lo posicionaba dejando ver la palidez de sus nalgas. Nunca lo he hecho, informó. Sin decir nada introdujo su dedo índice, el cual dibujaba una corona sobre el rey de la noche, haciendo movimientos de una sociedad distópica. Lo gozó mucho más de lo que imaginó que podía hacerlo, esas contracciones en el agujero de la perdición eran la escala misma del placer, sintió cómo se descargaba, unos instantes después llegaron las albricias de aquél lacónico salvador. Esa eyaculación le reveló lo procaz del deseo sexual. Siempre pensándose amante de las mujeres, cuando en realidad quería ser una.

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